Durante la adolescencia intenté
comenzar a entender las diferencias arraigadas entre las clases sociales y el
acceso a los servicios públicos; sin darme cuenta estaba adentrándome al oscuro
mundo de la cultura del privilegio y su legado ancestral que ahora forma parte
de la idiosincrasia mexicana; después de leer un poco acerca de temas
antropológicos, entendí que la diferencia de clases sólo era un eslabón en la
concepción de las diferentes realidades que se viven dentro de un mismo país.
La idea de la existencia de un “México profundo”, (como lo definió Guillermo
Bonfil Batalla, uno de los antropólogos mexicanos que reivindicó la historia,
la existencia y la herencia del indigenismo y su necesidad de dignificación e incorporación
sincrética al amplio concepto de identidad nacional), marcó un cambio en mi personal
manera de comprender la realidad social en este país.
El tiempo de vivir estas profundas diferencias sucedió
durante el año del Servicio Social, que realicé en Cuauhtamazaco, una comunidad
indígena nahua perteneciente al municipio de Cuetzalan del Progreso, enclavada
en la sierra norte del estado de Puebla. Me enfrenté a una realidad de vida
diametralmente opuesta a la que estaba acostumbrado a ver en la población urbana:
problemas relacionados al acceso a la educación, acceso a los servicios básicos
de vivienda, acceso a los servicios de salud, marginación, pobreza, fueron sólo
algunos de los problemas que comencé a enfrentar, sin dejar de mencionar la
brecha que había con el idioma, ya que muchos de los pobladores no hablaban
español, únicamente náhuatl.
La población estaba llena de circunstancias que dificultaban
el acceso a una atención médica de calidad, por ejemplificar algunos casos: las
tasas de embarazo adolescente eran muy altas, teniendo a una niña de 12 años
como la paciente más joven en control de embarazo, el promedio de hijos por
familia era de 6, viviendo en precarias condiciones de vivienda, mujeres
multíparas, con más de una cesárea previa y antecedentes de embarazos de alto
riesgo, con diabetes gestacional o preeclampsia que se negaban a aceptar un
método de planificación familiar, una tasa enorme de enfermos crónicos, muchos
con insulinoterapia iniciada, aunque ninguna casa en la población contaba con
refrigerador, por lo que acudían a la clínica de manera irregular para que se
les aplicara.
La atención a esa población específica y mi acercamiento
directo a programas de inclusión social como “PROSPERA”, me llevó a pensar en
la necesidad de una profunda revisión y cambio de políticas públicas y
programas ‘paternalistas’ para enfocar los esfuerzos en tratar de reeducar y
concientizar a toda la población respecto a la importancia de la prevención y
atención en temas de salud, con una clara visión hacia la equidad y calidad en
la atención en salud, con un enfoque al respeto a los derechos humanos y a la
diversidad, sin importar las diferencias entre el México de los más y el México
de los menos.
Leo gran sensibilidad en tus palabras Arturo, gracias por compartir tus reflexiones. Esperamos que este curso contribuya a identificar el "Como hacer" para conseguir enfocar los esfuerzos en prevenir problemas de salud en poblaciones!
ResponderEliminarEso espero también, maestra, considero que los determinantes sociales son clave para iniciar un cambio sistemático en la respuesta a los problemas en salud en el país y en el mundo. Soy un antropólogo frustrado, soy médico pero siento que tengo un buen sentido social, por eso me decidí por este camino. Un saludo maestra, buen fin de semana.
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